domingo, 10 de enero de 2010

LA ENSALADA LOUSIANA

Yo no soy muy de antojos, no, por mucho que te digan, por mucho que insista tu padre, por mucho que perjure tu supertitaquerida del alma, por mucho que despotrique tu abuela, o por más que insista tu tío Javi, tu madre nunca ha sido de antojos. QUE NO TE ENGAÑEN. Claro, que en una etapa como esta, y después de casi ocho meses sin catar ese manjar delicioso que tan loca me vuelve y con cuya abstinencia he rozado casi la locura (ya dedicaremos un capítulo especial al jamón serrano) lógico es que alguna licencia me permita en cuanto a temas culinarios se refiere.

Ocurría una calurosa tarde en el teatro, cuando de repente, y sin que nada hiciese presagiar tan tamaña absurdez, se me antojó un bocadillo de salchichón. Ahondemos en este espinoso tema. Dada mis circunstancias, que no son otras que las de una persona sana sanísima, enfermedades como la toxoplasmosis (el nombre tiene lo suyo pero en realidad no es para tanto), padecimiento que contagian entre otros los gatos y sus heces (las heces cariñín son las cacas, pero poner caca no es nada fino) y que entre otras cosas provoca la prohibición de comer embutidos y carne cruda en general, se habían mantenido a una distancia abismal de mi misma. Esto es: mi nuevo estado de embarazada me prohibía acercarme al jamón serrano provocando en mi misma una angustia y un desolación que ni te cuento. Evidentemente, el bocadillo de salchichón que tan alegremente se me había antojado no pudo llegar nunca a mi estómago, y a ese vació se unieron muchos otros. Imagínate la escena de estas Navidades, todos poniéndose ciegos de jamón cinco jotas ( ya hablaremos algún día de la clasificación de este manjar), de lomo, de salchichón… y tu madre babeando como el perro de Paulov ante tal festín… Y ESTE SOLO ES UNO DE LOS MUCHOS SACRIFICIOS QUE CONLLEVA TENERTE DE OKUPA EN MI BARRIGA!!! No quiero decir nada con esto pero vamos….

El caso es que después de aquella tarde fatídica en la que mis deseos de un bocata de salchichón no me llegaron a ninguna parte, mis deseos, propios por otra parte de toda mujer embarazada que se precie, no habían vuelto a hacer acto de presencia. HASTA LAS NAVIDADES!! Si pequeñín, porque después de las cientos de comidas que hemos tenido estas fiestas, después de ese empacho crónico que pensaba nunca abandonaría mi estómago, después de esas cantidades indecentes de comida que nos habíamos metido tu y yo entre pecho y espalda (si Lucas si, que la gumias no soy yo sola, que a ti también te pierde la gula…) después de toda ese perversión gastronómica, lo único que deseaba yo era una ENSALADA LOUSIANA. Si pequeñín si, un manjar por aquellos días, salibaba yo todo el día pensando en esas hojazas de lechuga fresquita, esas tiras de cebollita, ese pollo caramelizado, ese pimiento tan coloradito y tan crujiente. Chorros de baba corrían por la comisura de mis labios pensando en ese precioso instante en que un simpático camarero del Vips pusiera delante de mis narices esa explosión de colorido para mis ojos. Pero ya te he dicho muchas veces que la vida es injusta… No creas que la gente que aguardaba su turno en la puerta del restaurante se apiadó de mi avanzado estado de gestación cediéndome su turno, no creas que se apiadaron de mi cara de angustia cuando comprobé con terror y pánico que necesitaría al menos tres vidas para poder llegar a tiempo a la barra y pedir mi ensalada Lousiana antes de que cerraran. Nadie de los allí presentes, cegados por la gula y el guitrerio reparó en mis angustia cuando abandoné las dependencias del restaurante abatida y cabizbaja pensando en mi ansiada ensalada Lousiana.

Y no creas que los días posteriores fueron mejores, mi calvario se hacía mayor a medida que pasaban los días. Sólo una idea ocupaba todos mis pensamientos: MI ENSALADA LOUSIANA. Con su hojas de lechuga, las gotitas de agua que salpicarían mi tenedor, el encarnado pimiento, la crujiente cebolla, el tierno pollo….. Lágrimas como puños corrieron por mis mejillas cuando tu supertitaquerida del ama apareció en mi casa la noche antes de Reyes cargando con una bolsa que se convirtió entonces en la joya más preciada de nuestra casa: UNA BOLSA ROJA DEL VIPS.

 Y allí dentro, esperando a ser destapada estaba mi querida ensalada Lousiana, desafiante ante mis encendidos y salidos de las órbitas ojos. Allí me esperaba ese festín durante tantos días anhelados. Ni que decir tiene que tuve que comerme hasta la última hoja de lechuga por miedo a las represalias de tus tíos, que en medio de una noche de perros y con una lluvia que ni en las películas se tuvieron que ir al centro comercial a por mi ensaladita.
Termino así este escalofriante episodio recalcando una vez más que yo nunca he sido muy de antojos.

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