Te hemos podado pequeñín, si, muy a mi pesar no tuve más remedio que ceder ante la insistencia de tu papá y de tu supertita querida del alma y poner remedio a esa alopecia tuya que tanto parecía preocupar a esta familia. Después de un duro debate llegamos a la conclusión de que la naturaleza no estaba por la labor de ponerse de tu lado en cuestiones capilares…Te rapamos despidiéndote a la fuerza de tu condición de pequeño Anasagasti. ¿Y este señor de la foto quién es? Te estarás preguntando, pues según tu supertita querida del alma era tu vivo retrato ¡¡Qué valor!! Con esa melena al viento tan propia de ti, esos cabellos largos y sedosos que lucías, esa espesura que tan orgullosa me hacía sentir a mí… Atrás quedan los días de rulos y bigudies para ti porque desde aquel trágico 7 de junio has dejado de ser el pequeño querubín de mamá para convertirte en un pequeño patxi que ni te cuento.
Una vez más y para no romper la costumbre familiar de que somos un clan y vamos todos juntos a todas partes, mamá, papá y la tía nos dirigimos presurosos al centro comercial (lo que nos gusta a nosotras un centro comercial) para tratar de dar fin a un problema que ya no tenía solución. He decir que tienes mucha suerte pequeñín, no eres consciente aún de la suerte que tienes. Mamá nunca pisó un centro de belleza tan sofisticado como el tuyo, allá por los ochenta el concepto de peluquería era otro bien distinto, un habitáculo minúsculo donde el olor a pelo chamuscado campaba a sus anchas por la baldosas de un suelo de sintasol muy muy feo. Nada comparable a la terrorífica peluquería de tu supertita querida del alma, condenada desde su más tierna infancia a ponerse en manos de un peluquero de caballeros (el de tu abuelo) su larga cabellera.
¡¡Cómo han cambiado las cosas pequeñín!! Cuánta sofisticación en aquellas cuatro paredes, con sus consolas de videojuegos, sus asientos temáticos, sus espejos, sus televisiones de plasma (por lo menos)… Y tú con una pedazo de capa que te tapaba entero poniéndote en manos de aquella estilista a la que no le tembló la mano a la hora de enzarzarse en una masacre contra tu pelito. Qué bueno mi bebé que ni se movió, no me extraña, supongo que el pavor te paralizó entero, no por la maquinilla que la señorita Pepi (tu estilista se llama así, podía haberte tocado una con más glamour, no se, Ruperta, Renata o algo así, pero a ti te tocó Pepi, que por otro lado es un nombre asi como muy de peluquera) portaba en sus manos, sino por aquellos alaridos que salían de las gargantas de esos seres extraños que responden al nombre de Canta Juegos.
Y yo no dejo de preguntarme… ¿Qué le lleva a una persona adulta a vestirse como un mamarracho para cantar a unos niños a los que trata poco menos de gilipollas? Y perdona por lo de gilipollas, que no es que lo seas tú, claro que no pequeñín, pero estos seres humanos se empeñan en hablar a las personitas de tu edad como si fueran retrasaditos mentales. Debe ser por eso por lo que mirabas embelesado la pantalla, quiero pensar que te hacías la misma pregunta que yo… ¿Por qué este tormento musical hacia mi persona, mamá, por qué?
Te dejo aquí el recuerdo de tan terrible acontecimiento, tu diploma y algunas instantáneas que tomamos para inmortalizar esta tragedia capilar. Aquí yacen los primeros cabellos de mi pequeñín injustamente expulsados de tu cabecita. Amén por ellos.
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