Y nunca mejor dicho, por lo pelos, porque si la Seguridad Social se descuida un poco más el día del parto te recibimos con las muletas puestas. Bueno, más bien tu papi te recibe con ellas puestas. ¡¡¡Tachán tachán, que repiquen las campanas que después de mucha espera por fin tu papá ha pasado por el quirófano!! Ha costado lo suyo, ¡¡ Y TANTO QUE HA COSTADO!! Que allí echamos horas para aburrir la abuela Antonia y yo sacando brillo a esas cómodas sillas (comparables a las sillas que hay al final del corredor de la muerte que tanto gusta a los ciudadanos de Wisconsin). Un chorreo de horas rodeadas de lo que viene a llamarse en Cuba “la bajitez”. Aun a riesgo de lesionarnos para siempre las lumbares y con evidentes secuelas (nuestras posaderas nunca volverán a ser las mismas) llegamos a casa con el pobre cojito que subió los tres pisos (SIN ASCENSOR) no sin dificultades. La noche la pasó el enfermo bastante mejor que quien suscribe que no sólo no pegó ojo en toda la noche sino que además ha tenido que hacer el sobrehumano esfuerzo de tirarse de la cama a las siete de la mañana y arrastrarse a la ducha para encaminarse a una nueva cita con el ginecólogo.
Te explico, el ginecólogo es ese amable señor que sale en las películas capaz de convertir el traumático momento de sentarse en ese artefacto similar a un instrumento de tortura de los años de la Santa Inquisición (hoy en día se llama potro pero da el mismo miedo) en una experiencia maravillosa y nada terrible. En la vida real es un señor que suele poner bastante nerviosas a las personas como yo, es decir, a ese tipo de personas para las que sentarse en un potro de tortura frente a un desconocido y divisar en la lejanía del suelo la ropa interior de una misma es aterrador.
Mi ginecólogo además tiene la particularidad añadida de ser un señor bastante rancio, indiferente y algo desagradable en el trato. Comprenderás entonces las ganas que tenía yo de enfrentarme a semejante espécimen después de la nochecita toledana que he pasado. Resumo la jornada mañanera aclarando que una vez más la visita ha sido la mar de gratificante (a pesar de todo), sigues estando la mar de sanito, y ya eres una personita de 44,7 centímetros ¡¡ UN NIÑO DUENDE!! Y aunque tu abuela Luisi y tu supertitaquerida del alma insistan en que eres pequeño la verdad es que eres todo un hombrecito (que jodías, como no son ellas las que tienen que parirte)
No nos han dado recuerdo de tu último posado, el ecógrafo debía ser de la misma estirpe de gente agradable que el ginecólogo, pero para que te hagas una idea de lo precioso que estás aquí te dejo tus últimas instantáneas. Debajo de toda esa piel estupenda e hidratada hasta la saciedad estás tú.
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