Corría una tranquila tarde en las cálidas aguas de la piscina, nada hacía presagiar el terrible desenlace de tanta calma acuática. Como cada día a final de la clase, y como recompensa a tanto esfuerzo por parte de los pequeños nadadores, Roberto, tu profe, dio la orden semanal de sentaros todos en círculo encima de la balsa para jugar un ratejo. En escrupuloso orden repartió un juguete a cada niño, repito, uno para cada niño con la clara intención de que no hubiera peleas. Ahí estaba el pequeño Javi, el “gateador” más rápido, evaluando la situación para trazar su maléfico plan. Y ajenos a tal malignas intenciones disfrutaban sus víctimas del placer de mordisquear un juguete de goma. Solo unos segundos fueron suficientes para que el pequeño Javier se pusiera en posición de ataque y a una velocidad de vértigo se apropiara de todos los juguetes babeados de sus compañeros. El canijo gateador se hizo con todos los juguetes menos el tuyo. A una distancia considerable, y manteniendo siempre el perímetro de seguridad en torno a este individuo en miniatura, estabas tú, relajado y encantado con una pelota.
Aun conservabas tu juguete pese al altercado acontecido segundos antes. Un cruce de miradas fue suficiente para que el pequeño malhechor reparase en que aun había un juguete del que no se había apoderado y allá que fue dispuesto a rematar la ilícita faena. Pobre bebe mío que en décimas de segundo te arrebataron tu pelotita mientras estupefacto no dabas crédito a cuanto allí acontecía. - ¿Pero como es posible que mi preciosa pelota, que hace un segundo estaba en mis manos, se haya desintegrado y ahora solo quede la nada de mis manos vacías?- parecías preguntarte sin poder articular palabra. Ahí estaba, frente a ti, sonriendo mientras sostenía su triunfo restregándote su bochornosa actuación, regodeándose de su maléfica hazaña. - A Dios pongo por testigo que nunca mas volverán a quitarme los juguetes, que nunca mas en mi presencia se le arrebatara a ningún niño un juguete babeado, yo haré justicia ,y tu, si tu, enano terrorista te vas a cagarrrrr- gritabas enfurecido sin que nadie mas (salvo tu madre que tiene el don de leer cada uno de tus pensamientos) pudiera oírte. Pensarlo y ejecutarlo fue todo uno, en una transformación casi diabólica dejaste de lado tu permanente estado pachorra y presa de un ataque de ira te lanzaste sobre el pobre Javier arrancándole de cuajo su gorro de baño y aferrándote a sus cuatro pelitos mientras clavabas tus pequeños paletillos en su tierna cabecita. Pobre Javier! Cuan prodigiosa es la garganta de ese pequeño malhechor! Que alaridos daba esa pobre criatura que resonaron a lo largo y ancho de toda la piscina. Y a pesar de los esfuerzos de su padre por zafar a su hijo de tus manos no lo conseguía, y ese padre tirando de su hijo, y yo tirando de ti, y tu enloquecido gritando poseído por una fuerza descontrolada...
Debería decirte que eso está muy feo y que esas cosas no se hacen pero ¡ay pequeñito! Es que estabas tan gracioso, tan, tan gracioso. Al padre del pequeño Javier no le hizo ninguna gracia también te digo. Pero es que no acaba aquí esta historia mi niño, una semana más tarde, y atormentado por la culpa, Javier y tú os volvisteis a ver las caras en la piscina. Como cada semana llego el final de la clase y el ritual de todos los viernes, los pequeños nadadores todos en circulo disfrutando y dando buena cuenta de los manjares de goma. Allí estaba, al otro lado de la colchoneta el pequeño Javier, y en esta ocasión fue el quien salvaguardó la distancia de seguridad por lo que pudiera pasar. Una vez mas, y poseído por una fuerza brutal te abalanzabas sobre la pequeña bestia parda.. Pero esta vez…. ¡Para comértelo! Le babeabas y el pequeño Javier llora que llora, y le comiste los carrillos y el pobre Javier llora que llora, y te aferrabas a su cuello buscando unos mimos no correspondidos... Y el pobre Javier llora que llora... ¡¡Cuanta incomprensión pequeñito por parte del pequeño Javier!! No supo entender tan cariñosas disculpas. Y al padre del pequeño Javier, una vez más, no le hizo ninguna gracia. Yo lo digo siempre pequeñito, si es que la gente es muyyy rancia!
Ya empiezo a echarte de menos a medida que creces y se que algún día me arrepentiré de no haber complacido tus únicos deseos, pasarte todo el día en mis brazos agarrándome la mano, se que no tardará en llegar el día en que sea yo quien tenga el único deseo de estar abrazada a ti todo el día y pensaré que en su día debí haberlo aprovechado más...Aquí te dejo las últimas fotitos, en la pelu, queríamos arreglarte un poco el pelo para ir dejándotelo larguito pero hemos aprendido una nueva lección: da igual que la pelu sea de niños o de adultos, la peluquera siempre hará con tu pelo lo que a ella le salga de los güebos. He dicho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario