Corría una otoñal tarde de octubre, cuando sin presagiar el futuro incierto y escatológico que estaba a punto de acontecer, tu supertita querida del alma y yo charlábamos distendidamente en nuestro centro de trabajo. En un punto de nuestra entretenida conversación algo llamó poderosamente nuestra atención, ahí estabas tu pequeñín retorciéndote en tu carrito cual parturienta, jadeando como si te prepararas para la maratón de los 1000 metros lisos, hincándote las uñitas en las palmas de las manos, resoplando como los toros instantes antes de embestir, y rojo, muy, muy rojito. “Este niño está apretando- anuncié sin sospechar lo que estaba a punto de presenciar-.” Pero por más que apretabas, por más que te encogías y resoplabas, lo que fuera que circulaba por tu intestino no estaba dispuesto a salir pese a sus gritos de libertad. Rauda y veloz corrí en tu ayuda ante la mirada atónita de tu abuela, que sin dejar de despachar a la clientela seguía en directo tan complicada intervención. Desabroché con eficacia cada uno de los 200 corchetes de tu body y al separar el pañal de tu culito ahí estaba…Tímida pero firme asomaba la cabecita de esa tortuguita que no tardaría en convertirse en una anaconda. “Aprieta gordito- trataba de animarte al tiempo que dos lagrimones como melocotones resbalaban por tus mejillas-. Venga mi niño, que esto ya sale. Pero aquello no salía y tú seguías retorciéndote en el suelo mientras te acercaba las rodillas a las orejas.
Finalmente, y sin poder aguantar la presión de tus apretones, la tortuga se dejó ver convirtiéndose al momento en un engendro desproporcionado de tamaño ante la mirada impertérrita de tu supertita querida del alma que con acierto y gran salero sostenía el pañal para que nada se escapase. Y cuanto mayores eran tus apretones, mayores proporciones adquiría aquello, ante la estupefacta mirada de nosotras las presentes que sin poder apartar la mirada de tal impactante fenómenos no dábamos crédito a aquellas terroríficas imágenes. Y acabó tu calvario pequeñín, la ansiada libertad llegó poniendo punto y final a tan injusto sufrimiento, pobre niño mío, como suspirabas aliviado una vez finalizado el tormento.
Aquí termina una de los episodios mas escatológicos y espeluznantes de tu todavía corta vida, sólo quiero que recuerdes que nunca, NUNCA, JAMÁS DE LOS JAMASES, encontrarás mujer alguna que presencie semejante espectáculo, NINGUNA sujetará tus piernecitas animándote a empujar, NINGUNA se quedará a tu lado esperando ese momento de angustia y alivio al mismo tiempo, no habrá NINGUNA que sostenga el pañal lo suficientemente cerca de tus preciosas posaderas para que nada escape. Las habrá que te juren amor eterno, las habrá que juren y perjuren (y hasta firmen) que permanecerán a tu lado en lo bueno y en lo mano hasta que la muerte os separe, pero NINGUNA DE ELLAS, NINGUNA DE TODAS ELLAS, se convertirá en tu salvadora y aliada cuando el estreñimiento haga acto de presencia en tu vida. Allí estuvimos tu supertita querida del alma y yo contemplando todo el proceso sin que las fuerzas flaqueasen en ningún momento, sin que el pulso nos temblase, sin que los ánimos desapareciesen. No encontrarás por mucho que busques, dos mujeres que te adoren hasta ese punto. He dicho.
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